El amor es algo muy valioso para destruirlo enamorándose
Por Aíno Randio
Antes de hablar “quesería decir una palabra”, decía Alberto Irizar en el famoso programa televisivo Polémica en el bar, allá por los sesenta.
Luego de ponerle el título a esta conferencia no necesariamente erudita, llegué a la conclusión de algunos títulos más apropiados —sabiendo que iba a tratar temas relacionados con el amor— serían:
- “¡¡¡QUÉ SÉ YO!!!”
-“¡¡¡NO TENGO LA MENOR IDEA!!!” o
-“SI HAY TANTOS OTROS TEMAS PARA TOCAR, ¿PARA QUÉ TE METÉS CON ÉSTE?”
Comienzo declarando que si alguien se siente ofendido por lo que digo, es culpa mía, aunque sólo en parte. ¿Por qué? Porque digo la verdad en tanto y cuanto es verdad para mí. La verdad no es la realidad. Nadie tiene que aceptar a ciegas lo que digo, ni tampoco rechazarlo. ¿Por qué confieso que es culpa mía sólo en parte?: porque no conozco los sentimientos de los demás, y se puede confiar en que nadie tiene la verdad absoluta. No me pregunten demasiado al respecto, porque tal vez tenga que cuestionarme a mí mismo qué hago acá en este momento.
Lo que voy a decir está en parte basado en mi propia experiencia, y también en la observación del comportamiento de otras personas, donde he sido y soy un mero espectador. Más allá de los libros, está la experiencia de la vida diaria: nuestra familia, nuestros padres, nuestros amigos y otros.
Para romper el hielo, empiezo con una irónica cita de
Ambrose Bierce en su
Diccionario del Diablo.
Amor: locura temporaria que sólo puede curarse con el matrimonio.
Suena divertido, pero aquí Bierce confunde “amor” con “enamoramiento”. Comencemos entonces por diferenciar el amor del enamoramiento, del comúnmente llamado metejón.
El amor es un sentimiento genuino y válido: amor filial, amor fraternal, amor solidario, el amor que uno siente por un amigo. No lo voy a poner en discusión.
Pero esto no tiene nada que ver con el enamoramiento, proceso por el cual las personas perdemos la cordura, el sentido común y frecuentemente nos despersonalizamos, nos degradamos, en pos del “ser querido”. Perdemos nuestra su independencia, sucumbimos ante los deseos del otro, nos transformamos en esclavos, no podemos estar un segundo sin ver, sin tocar, sin estar con el otro, nos enviamos e-mails, mensajes de texto, radiollamadas, telegramas, cartitas, descuidamos nuestro trabajo, nuestros amigos, nuestros hobbies, y... paradójicamente parecemos disfrutarlo...
Es que en el cerebro del metejoneado ocurren procesos químicos tales como la segregación de sustancias que enturbian el razonamiento y ponen a la “víctima” al nivel intelectual de una ameba. Es una especie de chaleco químico que nos hace presos. Se podría decir, un tanto osadamente, que el enamoramiento es bueno para un enamorado en el mismo sentido en que una dosis de heroína es “buena” para un heroinómano.
¿Será éste un mecanismo biológico destinado a que los “enamorados” se apareen? Muchos dicen que sí, otros lo dudan.
No olvidemos que también el metejoneado puede caer en la desesperación ante el primer signo de desprecio proveniente de quien se ha enamorado. Es decir, si el enamoramiento no es correspondido, se sufre. Si es correspondido, también se sufre. Tarde o temprano sucede.
Uno pierde contacto con la realidad, cae en una especie de “vorticemanía afectiva monotemática”. La persona amada es TODO. Un todo con mayúsculas. Una especie de propiedad. “Es mí mujer”, “Es mía”. En definitiva, uno se degrada.
A ver, hagámonos algunas preguntas:¿Se enamora uno de sus hijos? ¿Se enamora uno de su padre, madre, hermano o hermana?
No, aunque puede enamorarse de una prima o primo, por supuesto. Tal vez de una tía o tío. Allí el vínculo sanguíneo es un tanto más lejano y no son infrecuentes los casos en que sucede este tipo de enamoramiento.
Lo que puede existir entre madre e hijo es una especie de obsesión, de sobreprotección, de dependencia, pero no hay cabida para el amor sexual (excepto que creamos en las hipótesis freudianas). El incesto es un caso donde hay sexo pero no necesariamente amor.
Ahora vayamos al fondo de la cuestión, pero no tan al fondo porque por ahí no volvemos más...
¿Por qué hombres y mujeres tienen la necesidad de vivir en pareja?
Por el miedo a la libertad. Nada aterra más al hombre que la libertad. La libertad pone al ser humano en una de sus peores pesadillas: implica incertidumbre, el ser independiente, el desafío de no depender de nadie (sean personas o dogmas), de enfrentar el paradigma cultural de moda, de solventarse, mantenerse a sí mismo, de vivir una vida fuera de lo que marcan los cánones “naturales” o “normales”. Lo que frecuentemente se llama “estar solo/a”.
De modo que las personas finalmente eligen una suerte de esclavitud.
-Compañía al precio de la rutina.
-Vivir juntos a cambio de perder la libertad y la privacidad.
Es cierto que vivir en pareja tiene beneficios: brinda cierta tranquilidad, “estabilidad”, “orden”, y nos pone en “armonía” con los estándares sociales.
Pero hay un contrato implícito: lo que no toleraríamos en un amigo, lo toleramos en nuestro cónyuge, sacrificamos nuestra independencia en pos de una convivencia “sana”. Postergamos nuestros deseos, y si no, los recortamos, los truncamos, frecuentemente en pos de la “armonía”. Concedemos cosas que en el fondo no queremos conceder.
Cito a reconocida
autora:
“Si mi enamorado me abandonara, sobrevendría una carencia peligrosa de definiciones, un estado de libertad total ante lo cual yo sólo podría reaccionar con apatía y desesperación, demencia y suicidio... con miedo existencial. Esas penas de amor tantas veces ridiculizadas son, quizá, la mayor desdicha que pueda asaltar a un ser humano: es la experiencia más intensa de libertad que nos ofrece el mundo.”
Preguntas y eslóganes frecuentes¿Con quién estás? ¿Sos casado? ¿Estás en pareja? Son preguntas con las cuales nos enfrentamos a diario.
“No es bueno que el hombre esté solo”. Tremenda estupidez, aunque una buena pseudoexcusa para refugiarnos en el calor de un hogar “bien constituido”. Cuando digo “bien constituido” digo “bien-hecho-en-el-sentido-en-que-lo-hicieron-nuestros-padres-abuelos-bisabuelos-etc”
Porque si hay algo importante es eso: hacer lo que está bien, lo que es correcto, lo que nos han enseñado de pequeños, sin cuestionar un ápice por qué hay que hacer lo que está bien.
“El verdadero amor es para toda la vida” reza uno de los eslóganes más absurdos de todos los tiempos. Absoluta mentira si se equipara el amor al enamoramiento. Ello equivaldría a decir que una creencia o una comida o un auto o una ideología es para toda la vida. Los eslóganes y frases hechas sobre el amor, sobre todo los que nos incitan a vivir bajo una dudosa moral inexpugnable, inculcándonos mandamientos de tipo religioso, son hijos de la hipocresía.
Ahora bien, enfrentémonos a la triste realidad: no se puede vivir sin cierta hipocresía, sin engaño. Por lo tanto, usualmente nos encontramos en situaciones en las que “conviene ser políticamente correcto” y no decir lo que realmente pensamos.
He visto parejas que, habiendo comenzado con un enamoramiento devastador, terminan gastadas por la rutina, consumidas por el aburrimiento, sometidas al cónyuge, rebajándose a un trato humillante, donde abundan los insultos, tolerando cosas que no tolerarían en otro estado ni de otra persona. Ello sin contar la circunstancia agravante de que haya hijos de por medio. ¿Por qué?
La cosa se complica
Si hay algo contraproducente para una pareja es el concepto de fidelidad. ¿Fidelidad a quién y por qué? ¿Qué es la fidelidad? ¿Tener ganas de acostarse con otra mujer o con otro hombre y no hacerlo? ¿O hay que llegar al hecho para considerarse infiel?¿Por qué se usa el término “me engañó”, “me metió los cuernos”, o el más drástico “me cagó”? ¿Acaso uno es propiedad de alguien? Que yo sepa, dejamos este mundo en la más enorme soledad. En síntesis, la “fidelidad” ¡¡¡puede servir paradójicamente para no caer en un nuevo metejón!!! Para decirlo en términos científicos: ¡qué despelote!
En resumidas cuentas, no cuestiono el amor. Es un sentimiento de benevolencia, de voluntario altruismo, de preocupación por el otro. Pero sostengo que por delante de todo está uno mismo. Después de todo, es uno el que va a enfrentar la vida.
Sostengo que la libertad no nos impide amar, pero nos coloca en una posición más difícil de sobrellevar que el estar “felizmente” atado a una pareja.
¿Sacrificaríamos un proyecto anhelado en pos de mantener nuestra pareja? Muchos sostendrán que no hace falta, pero la realidad nos indica que la mayoría de las veces terminamos sacrificándolo.
En definitiva, sostengo un modelo de pareja en el que exista el amor en tanto sentimiento de benevolencia, afinidad sexual, preocupación, altruismo. Pero respetando la libertad individual en la que cada uno tiene el derecho de hacer lo que le plazca, sin necesidad de herir, injuriar o causar daños innecesarios. Pero tampoco de rendir cuentas cuando de nuestra privacidad se trata.
Varias veces nos dicen que “nacimos libres”, pero ello no es verdad. En realidad, la genética y la cultura nos hacen más bien esclavos. El verdadero desafío consiste en conseguir más grados de libertad, y si hay que enfrentar a la naturaleza, pues allí tendremos que ir.
Después de todo, los grandes logros de la humanidad se consiguieron con revoluciones sociales, científicas, culturales y políticas que tiraron abajo la estantería preexistente. Sin embargo, hay una revolución pendiente: la del amor. Por ahora lo que veo es pura ortodoxia: si en estos asuntos no te ajustás a lo que “está bien”, a lo que “es correcto”, inmediatamente sos mirado como una rareza, un freak, un bizarro, o lo que es más grave, como alguien peligroso.
Luego del feminismo, de la “liberación femenina”, de la llamada “revolución sexual”, del reconocimiento de los derechos de los homsexuales, etc, las cosas no cambiaron tanto como creemos. En el fondo seguimos manteniendo el modelo matrimonial de los 50, donde Rock Hudson y Doris Day eran la parejita a imitar.
En fin, habría mucho más para decir, pero termino porque en unos minutos ¡¡¡¡¡¡tengo que encontrarme con mi amante de la cual estoy recontraenamorado!!!!!!!!
Dr. Aíno Randio